Sonaron las 12 del mediodía una vez más. Otro día que llega a esta hora y otro momento que trato de olvidar. Como dije en este post, hay rutinas rotas que se presentan en momento indeseados, y más si son más fáciles de aparecerse bajo la máscara de rutinas habituales o sea que si o si se tiene que vivir, como es el caso del almuerzo.
Meses atrás, o por lo menos ciertos meses atrás la rutina era así: 12:05 en punto suena el celular o llega un mensajito diciendo: "comemos?" o "jaha jakaru?"... así cortito, simple sin demasiados firuletes, pero era suficiente para hacerme sonreír. Puede que el evento en si haya sido algo incómodo en algunos momentos, pero aprendí que el estoicismo es útil cuando no te queda otra cosa que hacer. Nunca supe el motivo exacto de las invitaciones, dados nuestros antecedentes hasta podría decirse que hubiera sido obvio el que no ocurriera, pero por más que hayamos cruzado palabras fuertes o se hubieran suscitado enojos entre los dos, la hora del almuerzo juntos era sagrada, y nunca hubo negativa de su parte.
Muy pocas veces la comida se compartía de a dos, siempre éramos tres o cuatro, pero era un momento agradable, aunque yo siempre tenía mis desfazajes alimenticios que no me permitían comer como se debe, ya sea por el estrés, los nervios, o porque él estaba cerca posiblemente jajajaja , algo que parece que mi cuerpo sigue viviendo, porque a la hora de almorzar, parece que recuerda esos momentos y exige una abstinencia absoluta, por más delicioso que sea el manjar que se me presenta.
El punto es, que hoy, suenan las doce en el campanario de la Catedral, y mi celular permanece en absoluto silencio, y a mi se me aprieta el corazón. Suena tan idiota ahora que lo pienso, pero desde cuando los sentimientos son razonables? De todas las cosas que pudimos haber cultivado juntos, esa era la última que me quedaba, ya no habían reuniones divertidas, había perdido su compañía a la hora del café de la mañana de mi oficina (jamás supe el motivo), los partidos de la Copa América que se veían por Fox Sport en mi casa terminaron...solo me quedaba ese pequeño momento, en donde solo nos separaban centímetros y compartíamos una charla escueta y a veces silencios tranquilos. Era el cartucho que me quedaba.
Extraño ese momento. Extraño esa opción. Y eso....
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