1/3/10

Que tal un cuento...(2)

Este es un segundo cuento que se me ocurre compartir con Uds. Está a "tono" con el tema tan en "boga" actualmente. Jeje. A ver que tal...;)


"El sol ya había entrado hace poco más de una hora, pero sus reflejos todavía se esparcían por el cielo, como si fueran los restos de un inmenso incendio: naranja, dorado, violeta, fucsia…toda esa paleta de colores salpicada en el cielo, mientras allá abajo, en las calles de Asunción resonaban los bocinazos de su desordenado tráfico.
Me acababa de despertar, después de un sueño despoblado de imágenes; un sueño que solo alguien como yo puede tener. Podría decirse que es el mejor de los sueños, ya que el cuerpo descansa, pero en mi caso, creo que ese asunto de “dormirse como un muerto” es literal.
Miraba desde el balcón del décimo piso del Edificio Esmeralda donde vivía. A mis espaldas escuchaba el cotorreo de Andy (su nombre en Asunción, ya que en su natal Caraguatay era Antoliano Cañete) que me ponía al tanto de las ultimas novedades mundanas.
Mis sentidos lo suficientemente entrenados podían escuchar sus comentarios acerca del nuevo juicio de paternidad que enfrentaba nuestro Presidente, o una nueva ola de ajuste de cuentas entre narcos en la zona de Ciudad del Este y al mismo tiempo aspirar el viento fresco y suave que soplaba, aunque este traía mezclado el olor podrido de la bahía, con el perfume de los tajys florecidos de la Plaza Uruguaya.
Pero había un tercer sentido que era mi prioridad: la garganta seca que me escocía y la sed apremiante que me urgía calmar: ese era en estos momentos el sentido dominante, pero estaba haciendo un esfuerzo enorme para controlarlo.
Yo debía suponer que Andy lo sabía. Cuando empezaba a cotorrear por demás, indicaba que estaba nervioso. Nuestros largos años de convivencia, eran suficientes para que yo pueda entender esos detalles: caminaba de un lado a otro organizando almohadones, estirando sábanas, recogía ropa sucia, apilaba libros, todo sin parar de hablar. Por supuesto para mi, a lo divertido de mirarle hacer esas actividades domésticas, se sumaba su aspecto inverosímil, sus uñas oscuras, ojos dramáticamente maquillados y cabellos negros cuyas puntas miraban en diversas direcciones, que hacían de Andy el mayordomo gay más glamoroso de la ciudad.
- Ya te decía que iba a pasar nomás luego. Después de tanto jorobar – continuaba Andy - … en Ciudad del Este no solo está la mafia de la droga, está todo ese asunto del contrabando, y todos los polis están mentidos…¿de donde gua´ú van a sacar ese arsenal que usaron contra los pobres tipos….-
Yo le miraba con cariño. ¿Por qué no? Si no fuera por él, la muerte me hubiera encontrado hace 20 años cuando me pillaron en el contenedor de una barcaza vacía procedente de Panamá en el puerto de Asunción.
Le miraba con cariño…más cariño que de costumbre, ya que su parloteo hacía que su corazón latiese más fuerte y me causara un deseo incontrolable de abalanzarme sobre él.
Cerré mis ojos y por un momento silenciaron sus palabras. Me asusté. Creí que había hecho algo completamente inconsciente. ¿Le había atacado? Y en ese momento, por encima del perfume a podredumbre del viento o el olor a desinfectante que echaba Andy en la habitación se alzó otro olor que desarmaba todas mis defensas. Un olor primitivo, intenso, salado y que he me hacía agua en la boca. Un olor que provenía de un Andy que estaba quieto como una estatua mientras sujetaba en sus manos un trozo de vidrio roto que se manchaba con un hilo de sangre. Su propia sangre.
Mi naturaleza completa se me vino encima en ese instante, que era el peor momento para que alguien se hiriera cerca de mí: acababa de despertar y mi sentido predominante era el lado salvaje. Un lado donde el instinto animal era más fuerte que cualquier otro.
En una fracción de segundo me encontré con el cuello de Andy sujetado por mi mano izquierda mientras su cabeza se golpeaba contra la pared y con su brazo cortado muy cerca de mi rostro. El estaba pálido como un muerto, y pronto lo estaría si es que yo no dejaba de chuparle la sangre la mano. Tenia para mi un sabor intenso, quizá con un toque amargo (algún medicamento que ingería?) pero era lo que necesitaba en ese momento.
Sentir el recorrido de la sangre caliente y espesa bajar por mi garganta era un placer infinito. Y no tenía ninguna gana de dejar de sentirlo.
- Por…favor…. No…me mates….todavía….- oí gemir a Andy.
Eso hizo que un flash de consciencia azotará mi cerebro y me solté de su brazo en otro segundo y de un salto fui a parar al otro lado de la habitación, mientras Andy se resbalaba al suelo con los ojos llorosos y los labios blancos. Apenas podía mover el brazo herido, aun sangrante, pero logró taparlo con su mano libre.
Yo estaba con la boca abierta mirándolo y me hundí en un dolor infinito, una culpa insoportable. Si mis conductos lacrimales funcionaran me hubiera echado a llorar por la pena que sentía.
“No me mates todavía” me había dicho Andy. En medio de su dolor físico, aquel que le hubiera causado la muerte, tuvo el coraje de suplicar al monstruo que se suponía era un amigo o protector, con las mínimas esperanzas de que le hubiera hecho caso.
El olor de su sangre impregnaba la habitación con más intensidad, sumándose a los restos que aun goteaban de mi boca. Estaba al borde de la locura y en mi interior estaba el deseo de ayudar a Andy que respiraba entrecortadamente echado en un rincón; pero sabía que el salvaje instinto era mucho más fuerte así que decidí huir, dejándolo a su suerte. Si sobrevivía estaría feliz, si no lo hacia, lo hallaría desangrado en mi habitación en medio de una imagen que me perseguiría por muchas décadas.
Salté por el balcón y fui a caer sobre techo del gimnasio que se ubicaba frente al edificio donde vivía. El tunchi tunchi del tecno resonaba mis oídos, y nuevamente mi sentido del olfato me atormentó con el olor del sudor de cuerpos en movimiento.
Por la cantidad de corazones que latían aceleradamente podía percibir a más o menos 15 personas dentro del gimnasio, ocupados en sus ejercicios en la búsqueda de un cuerpo perfecto. Estaba la recepcionista de una empresa de telefonía celular que tenia cuerpo de miss pero cerebro de chorlito, el fortachón que trabajaba de barman en una conocida disco, pero también un par de mujeres mayores que solo se dedicaban a gastar el dinero de sus maridos y de engancharse con fortachones (como el descrito antes)….era una rueda, y yo observaba el transcurrir de esa rueda desde la ventana de mi habitación todas las tardes.
Pero hoy no estaba para observar nada. Solo quería desaparecer. Huir lo más lejos posible del asesinato que acababa de cometer. Aun tenía hambre, y eso era un problema. Con mi débil autocontrol era capaz de echarme sobre cualquiera de los transeúntes, pero era demasiado temprano.
Volví a saltar por los techos, lo más silenciosamente posible pero en Asunción los cielos rasos interiores tapaban muy bien los tejados de zinc remendados, por lo que mis botas resonaban con fuerza a cada salto, dependiendo de la altura. Me pasé el costado de la piscina del Hotel Guaraní, hasta saltar al Banco Do Brasil de la esquina y al cruzar la calle me metí en una ventana superior abierta del viejo Cine Victoria y me encerré en esa habitación roñosa y húmeda.
Era un buen lugar. Era uno de los edificios más antiguos de Asunción, construido a principios del siglo XX y en esa época era lo más top según dicen, pero hoy es un lugar en ruinas convertido en un cine que exhibe películas porno.
Me calmé un poco más. La corrida por los techos había secado la sangre en mi cara y aun quedaban rastros en la manga de mi camisa blanca. Me pasé la mano por el rostro con el pañuelo que siempre llevaba conmigo, emulando tiempos pasados, ya que hoy en día todos se manejan con papel tissue.
Decidí apelar a algo de yoga, traté con algún pensamiento zen, imaginé prados verdes soleados que había visto en televisión, porque los reales hacia muchos años que no veía, y de a poco fui relajándome un poco más.
No se cuanto tiempo estuve allí de ojos cerrados, luchando por mantener la mente en blanco, pero cuando regresé el sonido del tráfico se había calmado. Probablemente habían transcurrido algunas horas. Estaba contemplando la posibilidad de salir por la ventana e ir hasta el Puerto cuando unos pasos firmes me sorprendieron en medio de mis cavilaciones.
- Hey…¿quien esta ahí? – fue la voz brusca que escuché.
Estuve a punto de desaparecer en la ventana, pero al oír el latido urgente del corazón que se acercaba supe que mi autocontrol se había ido al traste. Ya había hecho mi elección en el menú.
Lentamente, el guardia nocturno – lo reconocí por el uniforme – abrió la puerta semi cerrrada mientras yo me quedaba en un rincón de la habitación. No movía un solo músculo.
- ¿Qué estás haciendo acá? ¿Trabajás en la oficina? – preguntó algo más educado, dado que mis ropas le parecieron formales.
Yo no dije nada. Tampoco levanté la vista para que mis ojos diferentes no pudieran asustarle, pero tuve la oportunidad de echar un vistazo y mirar a mi elegida víctima.
¡Diablos! ¡Era tan joven! No llegaba a los 30, y lucía un anillo dorado en el anular. Casado y probablemente con hijitos pequeños cuyas fotos de seguro encontraba en la billetera. Un rostro amable, grandes ojos claros. Obvio que no era 100% latino. Capaz que provenía de la zona del sur del país, donde colonos europeos se habían asentado y mezclado, aunque esa mezcla estaba bien escondida debajo del “González” que rezaba en el portanombres del tipo.
- ¡Estás con una herida fea! ¿Como llegaste hasta acá? .- insistió iluminándome con su linterna
¿Herida? ¿Qué herida? ¡En donde el pobre notó que estaba herida! Rayos! Mi camisa blanca lucía un manchón rojo enorme que asomaba por la debajo de la manga de mi chaqueta.
Me puse de pie. Con resignación. ¿Para que esperar más?
- No tengo ninguna herida. Pero gracias por la preocupación.- alcancé a decir antes de alzar la vista y mirarle directamente a los ojos.
Por la forma en la que ellos me miraron, adiviné que se había dado cuenta que el único que corría peligro en esa habitación era él.
Pobre González. Ni tiempo de gritar tuvo.


Me levanté del suelo polvoriento y me sacudí el trasero, ya que la chaqueta larga que llevaba se había ensuciado. Me doblé las mangas de la camisa blanca que asomaba debajo de ella para esconder la mancha de sangre y me acomodé lo mejor que pude. Contemplé la posibilidad de curiosear un poco más pero el Puerto estaba muerto. Así como un par de individuos cuyos cuerpos ahora flotaban en la ribera. El cielo volvía a clarearse. Tenía que regresar.
No tenía prisa como para correr sobre los techos. Me fui caminando por la Avda Colón, cruzando esas zonas peligrosas para la mayoría con mucha tranquilidad. Yo creo los noctámbulos me conocían, porque jamás me miraban a la cara, simplemente seguían con lo suyo, sea lo que sea que estuvieran haciendo. No era la primera vez que deambulaba por ahí.
Apresuré el paso al avistar mi edificio. Salté por la escalera de emergencia para no tener que entrar por la puerta principal y subí hasta el décimo piso. Menos mal llevaba llaves conmigo, aunque generalmente no las usaba. Siempre entraba y salía por el balcón, pero esta vez me entró un sentimiento de cobardía ante lo que pudiese hallar en mi habitación.
Entré en el departamento y todo parecía estar en su lugar. Con cuidado aspiré el aire y pude percibir que flotaba en el ambiente el típico desodorante de ambientes mezclado con un fuerte toque de lavandina.
Andy al parecer había sobrevivido. Crucé lentamente las estancias hasta llegar a la habitación principal, la mía, y la encuentro arreglada y lista para ser usada. Las ventanas estaban cerradas con los postigos metálicos y el doble cortinado de terciopelo que cubría de pared a pared. No había rastros del ataque a mi compañero.
Salí y me dirigí a su habitación. Asomé por la puerta entreabierta y lo ví acurrucado en su cama durmiendo profundamente. Mi sombra se proyectaba siniestramente sobre él, mientras avancé unos pasos para cerciorarme de que estuviera bien. Noté unos cuantos frascos en su mesita de luz. Eran elementos de primeros auxilios, compuestos de vitamina B, calmantes y una taza con un fuerte té relajante.
Despacio me acerqué al costado de su cama y aspiré cerca de él. Estaba dopado a más no poder, podía percibirlo en su aliento. Quizá fue adrede. Era seguro que prefería no sentir nada en el caso de que yo regrese y decida terminar lo que había empezado. Lo entendía perfectamente.
La pena me volvió a golpear. El podía haberme dejado, pero no lo hizo a pesar del peligro que suponía quedarse. Y yo en verdad no quería estar sola. Me recosté a su lado sabiendo que literalmente iba a morir, pero puede que el próximo crepúsculo me depare algo nuevo. Y mejor si tenía a alguien que me acompañe para descubrirlo."
"El Vampiro" (Edvard Munch)

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